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Ya estamos en Barcelona (bueno, mis padres en Cunit). Volvimos el jueves, pero todavía arrastro el cansancio (el cansamiento, que diría Laia :P). No me encuentro muy bien, tengo la cabeza como un bombo y encima pretendo ponerme al día de todos los blogs que suelo leer. Misión imposible.

Así que me voy a ir a la cama. No sé si desistir de hacer las crónicas del verano, porque ya ha pasado un tiempo y no sé cuándo tendré tiempo y ganas de escribirlas (esta semana en el pueblo no tenía ni ganas ni tiempo ni la intimidad suficiente para ponerme a escribir algo), pero me apetece pasar las notas que tengo a limpio para que quede por escrito... No sé, ya veré. De hecho, las vacaciones todavía no han acabado. Nos quedan unos días en el País Vasco, del 12 al 15. Precisamente cuando planeamos el viaje nos planteamos la posibilidad de, a la vuelta, ir al pueblo a pasar unos días en casa de mi abuela (mis padres también iban a ir, el 14 de Septiembre), así conocería a la familia y también visitaríamos Salamanca, una ciudad preciosa. Pero al final desestimamos la idea porque el viaje era un palo (el jueves mi padre se hizo los 850km del tirón, sólo paramos para comer, pero lo de mi padre conduciendo no es normal). Lo que son las cosas, ahora ya no podríamos hacer ese viaje.